Libros que he publicado

-LA ESCUELA INSUSTANCIAL. Sobre la urgente necesidad de derogar la LOMLOE. -EL CAZADOR EMBOSCADO. Novela. ¿Es posible reinsertar a un violador asesino? -EL VIENTO DEL OLVIDO. Una historia real sobre dos asesinados en la retaguardia republicana. -JUNTA FINAL. Un relato breve que disecciona el mercadeo de las juntas de evaluación (ACCESO GRATUITO EN LA COLUMNA DE LA DERECHA). -CRÓNICAS DE LAS TINIEBLAS. Tres novelas breves de terror. -LO QUE ESTAMOS CONSTRUYENDO. Conflictividad, vaciado de contenidos y otros males de la enseñanza actual. -EL MOLINO DE LA BARBOLLA. Novela juvenil. Una historia de terror en un marco rural. -LA REPÚBLICA MEJOR. Para que no olvidemos a los cientos de jóvenes a los que destrozó la mili. -EL ÁNGULO OSCURO. Novela juvenil. Dos chicos investigan la muerte de una compañera de instituto. PULSANDO LAS CUBIERTAS (en la columna de la derecha), se accede a información más amplia. Si os interesan, mandadme un correo a esta dirección:
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miércoles, 28 de junio de 2017

A mis amigos Álvaro y Gerard

   En el año 1981, mientras hacía la mili en Pontevedra, me hice amigo de un chico que se llamaba Álvaro y vivía en Cataluña, donde se encontraba muy a gusto trabajando como profesor de EGB. Era gallego, y no recuerdo ahora las razones exactas por las que acabó cruzando el mapa, pero sí sé las que le llevaron a volver a cruzarlo en sentido inverso, porque me las contó años después, cuando coincidí con él en una celebración de viejos compañeros de fatigas militares: no fueron otras que la persecución del independentismo. Por lo que me dijo, la presión por el uso del catalán llegó un momento en que se hizo asfixiante en la enseñanza en toda Cataluña. En su centro, que era público, se implantó una figura de corte absolutamente inquisitorial, un profesor encargado de vigilar que los demás profesores diesen las clases en catalán. Después de un periodo de resistencia contra los abusos de uno de estos torquemadas y del  entorno despótico en el que militaba, mi amigo se cansó y, sabiendo que en Galicia podía vivir muy bien y libre de acosos totalitarios, decidió abandonar Cataluña: uno más de los cientos de miles de exiliados que el fascismo nacionalista ha producido en España. Recuerdo aquella conversación: la simpatía con que Álvaro hablaba de Cataluña cuando éramos jóvenes se había convertido en una decepción con matices de amargura. 
    Esta historia me la ha recordado el artículo titulado Laura, historia de un amor prohibido, que publicó hace unos días mi amigo Gerard Romo en Antididáctica, su blog. Recomiendo que lo leáis, aunque os voy a decir muy sucintamente lo que cuenta: cuenta que, hará unos quince años, una alumna se disculpó un día ante él porque los alumnos de su clase habían tenido que decirle al coordinador pedagógico de su centro que Gerard daba sus clases en castellano y no en catalán; cuenta el estupor que le produjo el descubrir que el coordinador pedagógico se dedicaba a tan indecente control;  cuenta el cúmulo de infamias que se tejían en torno a estas cosas de coordinadores pedagógicos. Pero el artículo tiene mucho más, leedlo. Señalaré solo otra cosa de la que habla: del indecente y cómplice abandono que los gobiernos centrales han perpetrado ante los abusos del independentismo, únicamente por la miserable limosna de unos apoyos parlamentarios puntuales. También Gerard recuerda su historia ya pasada por un detonante actual: los abucheos con que ha recibido al ¿Honorable? Puigdemont el barrio de Llefiá, lugar donde se encuentra el instituto de ese "Coordinador Pedagógico" que hacía lo que todos los de su ralea, ahí está la historia de mi amigo Álvaro para confirmarlo.
   ¿Podrá alguien que no sea muy imbécil, muy desinformado, muy ingenuo  o muy cínico ignorar que en Cataluña -como pasó y parece que sigue pasando en el País Vasco- el independentismo ejerce sobre los que considera sus enemigos prácticas propias de regímenes dictatoriales? En Cataluña, el segregacionismo nacionalista es ya viejo, intenso y extenso en el mundo de la educación, donde se ha manifestado especialmente en la inmersión lingüística y las mil canalladas que la concretan, pero, a lo largo ya de décadas, hemos visto muchas otras cosas que atentan contra la convivencia y la democracia: el acoso al castellano en calles, cultura, instituciones y hasta rotulación de comercios; la quema de banderas, fotos y textos legales; las pitadas al himno; los abucheos y hostigamientos a personalidades "españolistas"; las agresiones a personas, incluso niños, que llevasen símbolos nacionales; los insultos y menosprecios a lo español; la usurpación de funciones del estado; el uso de bienes públicos para impulsar la independencia; las prohibiciones de poner pantallas para ver a la selección española; las agresiones a sus aficionados; las tergiversaciones de la historia, hasta con disparates como decir que Cervantes era catalán (y en "congresos" financiados con dinero público); el control propagandístico de los medios de comunicación; las amenazas de corte batasuno (es decir, partidario del asesinato) contra políticos o ciudadanos de a pie... Todo este amplio catálogo de conductas totalitarias lo ha ejercido el nacionalismo catalán ante la pasividad del PP y el PSOE cuando poseían el gobierno de la nación. Y aún tenemos que soportar que personajes como Puigdemont, Forcadel, Munté, Homs y otros de su pelaje ensucien la verdad presentándose como valedores de la democracia. Gerard es pesimista; en su artículo llega a decir literalmente que está ya próxima la independencia de Cataluña. Ojalá se equivoque; en todo caso, la discordia y el miedo que el fascismo nacionalista ha sembrado en Cataluña no son cosa que se elimine en un par de semanas. Sus causantes directos tienen una grave responsabilidad, pero quienes pudieron y debieron hacer algo para frenar los abusos y no lo hicieron tampoco pueden tener la conciencia muy tranquila.

domingo, 18 de junio de 2017

Praxis educativa. 23: el mito de la vocación

      Uno de los tópicos que circulan por ahí a la hora de juzgar a los profesores o de determinar lo que hace falta para ser un buen profesor es la creencia de que, para serlo, es inexcusable ser un vocacional del oficio. Me parece una absoluta falsedad, pues he visto grandes profesores que no eran vocacionales, mientras que, por otra parte, puedo dar fe de que, por sí sola, la vocación no hace buenos profesores, ya que, de los que he conocido que se declaraban vocacionales, unos cuantos eran mediocres o muy malos. Lo que, como en todos los oficios, debe ser un buen docente es un profesional, cosa que no quiere decir que sean rasgos incompatibles, ya que hay muchos profesores que son las dos cosas a la vez.
    Parece mentira que tenga uno que ponerse a razonar lo obvio, pero, como en tantas otras ocasiones, nos enfrentamos en este caso a una de esas confusiones que ha sembrado en la sociedad la mitología pedagogista, que ha creado un concepto de la educación envuelto en unos tintes un tanto místicos, quizás porque, como observan algunos, la pedagogía española tiene una génesis muy vinculada a la Iglesia, ya sea por el pasado clerical de algunos de sus defensores o por proponer  a veces técnicas que recuerdan a los parvularios monjiles. El mismo término "vocacional" delata ese origen: el primer significado que el diccionario de la RAE da para "vocación" es este: "Inspiración con que Dios llama a algún estado, especialmente al de religión", con lo que la Docta Casa me da respaldo a la respuesta con que suelo replicar a quienes me vienen con esta monserga de la vocación: la vocación, para los apóstoles y para los curas. Y es que no cabe duda de que lo que tenemos que ser los profesores es profesionales, porque lo nuestro es algo tan honroso como un oficio, el oficio con que nos ganamos la vida, cosa que muchos suelen olvidar: no somos sacerdotes de ninguna religión, apóstoles de ninguna fe ni misioneros llamados al sacrificio. A los profesores la gente acostumbra a pedirnos más de lo razonable, lo digo porque, entre los que salen con esto de la vocación, sueles encontrarte, por ejemplo, a padres que te demandan cosas que no puedes o no debes darles, o a hipócritas que se escandalizan de que los profesores aspiremos a sueldos dignos, como si para vivir no fuera suficiente con el aire y la dicha de ejercer nuestra vocación.
    Nótese, pues, que hay en esto del profesor vocacional mucho interés encubierto. En ello están también los pedagogistas, porque, cuando ensalzan su figura, en realidad están defendiendo su particular visión de la enseñanza, en la que para el profesor son secundarios los conocimientos y fundamentales cosas como el entusiasmo, lo emocional, el amor a la profesión... Vuelvo a lo mismo: el amor está muy bien para los novios y para las comedias de Julia Roberts, pero el buen profesor lo primero que tiene que hacer es desempeñar bien su oficio; si alguien dice: "Pablo López es un profesional", está constatando mi capacidad para ejercer bien y de forma fiable la tarea para la que la sociedad me paga, mientras que si dijera: "Pablo López es un vocacional" estaría constatando que entré en la enseñanza por un íntimo deseo de ejercerla, cosa, como se ve, muy diferente de la anterior, muy subjetiva y que no garantiza para nada lo que a mis alumnos les interesa: que les enseñe bien mi asignatura. Y eso, que nadie me malinterprete, puede hacerse perfectamente teniendo una excelente relación con los alumnos y estando muy a gusto con el trabajo de uno, cosas que no son incompatibles con la profesionalidad; decir que quien no es un vocacional es un amargado y un frustrado, como si la simpatía y la satisfacción fuesen monopolio de los vocacionales, es una interesada tergiversación.
    Vuelvo, para terminar, a uno de los factores que más marcan la superioridad del profesional sobre el vocacional: la objetividad de sus principios. Las deontologías profesionales están basadas en fundamentos más sólidos, concretos, claros y objetivables que las muy subjetivas éticas vocacionales. Alguien que aspire a ser un buen profesional sabe muy bien lo que tiene que hacer, como se saben muy bien las cosas que le convierten a uno en un mal profesional. Esto es transparente: conocer tu oficio, conocer tu asignatura, conocer los programas, saber lo que tienes que dar, saber administrarlo, saber transmitirlo, tratar bien y con respeto a tus alumnos, programar bien tus cursos y tus clases, evaluar con justicia, preparar bien tus clases, hacer que sean sustanciosas, llevarlas bien, controlar los grupos... Estas cosillas y algunas otras en la misma línea te convierten en un profesional de la enseñanza, una de esas personas a cuyas manos se pueden confiar tranquilamente nuestras tiernas criaturas. Y son claras y meridianas, cualquiera puede verlas y entenderlas, están ahí para todos. ¿Puede decirse lo mismo de las particulares y subjetivas razones que llevan a cada vocacional a sentir la llamada de la educación? ¿Quién ha visto nunca una deontología vocacional? Podemos decir "María es una gran profesional", pero casi ni tiene sentido decir "María es una gran vocacional", porque eso de la vocación pertenece al mundo de lo insondable y no se puede medir.
    Así pues, como los profesores somos personas normales, es mucho más razonable y también más beneficioso para esos alumnos a los que nos debemos que aspiremos a la humilde condición de profesionales y a metas tan mediocres como esa de que un día se diga de uno: "Es un gran profesional", y dejemos la vocación para los tocados por la varita mágica de la pedagogía. De cualquier forma, no quiero cerrar este artículo sin advertir que he visto, a lo largo de mi carrera, grandes disparates cometidos por vocacionales, ya que suelen tener el pequeño defecto de que, como están guiados por altísimos designios y sublimes ideales, algunos de ellos se comportan como iluminados que se creen superiores al resto del mundo: hagan lo que hagan, estará bien hecho, su elevada vocación lo justifica todo. Esto, cuando uno se trae entre manos la educación de niños y jóvenes, encierra sus peligros.    

sábado, 10 de junio de 2017

El reventón del Calendario Cantabriano

   Se veía venir desde el principio, bastaba solo con analizar con un poco de detenimiento el engendro (como hizo vuestro amigo el guachimán aquí y aquí) para darse cuenta de que el calendario cantabriano propuesto / impuesto por el consejero de aquella autonomía, don Ramón Ruiz, era un auténtico despropósito que iba a ser inviable y no iba a crear más que problemas. Hoy viene en ABC una noticia informando de que este señor -a quien a estas alturas no queda más remedio que considerar un iluminado-, no contento con el desarreglo que ha ocasionado y que ha producido ya el tremendo descontento que relata la noticia, piensa para el curso que viene ir todavía más lejos, y se habla de desatinos como restar días de vacaciones al periodo de Semana Santa o comenzar el segundo trimestre ¡el 2 de enero!, y todo ello, al parecer, con el apoyo de los sindicatos de la enseñanza, que se están cubriendo de gloria una vez más. Si leéis la noticia, de ella puede desprenderse que han ocurrido un montón de cosas que ya había destapado o anticipado vuestro seguro servidor, quien va a verse obligado -una vez más- a colgarse la medalla de profeta. Aquí tenéis algunas:
    -Que el señor Ruiz ha engañado a todo el mundo.
    -Que eso de la "adaptación a Europa" era un camelo y que lo que sí se ha producido ha sido una "desadaptación" a España.
    -Que el encaje de sus famosos y dudosos "cinco periodos homogéneos" no podía hacerse sino incrustándolos a martillazo limpio en el calendario a secas, una auténtica chapuza.
    -Que, consecuentemente, iba a causar muchos problemas de armonización entre la vida de las familias y las obligaciones de los escolares.
     -Que suponía un muy perjudicial exceso de parones, con las consiguientes pérdidas de atención prevacacionales, pérdidas de ritmo postvacacionales, innecesario aumento de exámenes...
     -Que no iba a aportar ningún beneficio y sí un buen montón de problemas.
    Aviso a navegantes, en especial, a esos que no sé muy bien por qué vieron virtudes en la demagógica chapuza cantabriana: lo que funciona no hay por qué arreglarlo, y el calendario escolar español ha funcionado desde tiempo inmemorial, en nuestra enseñanza son otras las cosas que petardean; advierto esto porque la fiebre actual de intentos de cambio de los calendarios (aquí tenemos otra secuela del desbarajuste autonómico) no obedece a una necesidad real, sino a inconfesables intereses de la demagogia política. 
    A mí este asunto del Calendario Cantabriano me ha recordado desde el principio al Calendario Juliano de aquel ministro de Franco de los años setenta, Julio Rodríguez, y lo inquietante del caso es que aquel señor, a causa de sus disparates y abusos, apenas duró en el cargo un año, mientras que al señor Ruiz, que yo sepa, no se ha oído que don Miguel Ángel Revilla piense mandarlo a pescar anchoas: ¿va a acabar resultando que los consejeros autonómicos de hoy son más incombustibles que los propios ministros del franquismo?