Acabo de cumplir -y en verdad que con mucho gusto- un deber que vergonzosamente tenía postergado: leerme La forja de un rebelde, la extraordinaria novela en la que Arturo Barea, al hilo de su autobiografía, nos hace un retrato impagable de lo que fue España entre los primeros años del siglo XX y aquellos momentos intermedios de nuestra Guerra Civil (calculo que hacia 1938) en que episodios como la batalla de Teruel hacían prever ya el signo final de la contienda. Esta colosal trilogía tiene pequeñas pecas, como el resentirse del hecho de haber sido primero escrita en inglés y luego traducida al español o una leve sobrecarga de episodios en el tercer volumen, las cuales en modo alguno restan interés a la obra: La forja de un rebelde es un libro esencial que debe ser leído por sus virtudes literarias y por su riqueza testimonial, tanto en las cosas que nos cuenta como en la viveza con que Barea las pinta. Que yo recuerde, allá por los años ochenta fue publicada y a la vez llevada a la televisión en una versión muy lograda, mientras que en la actualidad viene siendo editada desde el año 2000.
¿Por qué recomiendo tan encarecidamente su lectura? No me voy a andar con rodeos: lo más bonito de este libro es que es pura vida, por la sencilla razón de que el autor se lo sacó del alma. La intensidad con que Barea narra los episodios, el dinamismo de las escenas, la diversidad y autenticidad de los personajes y la circunstancia de cada cual, el colorido que da a ese Lavapiés (que en los primeros capítulos aún llama Avapiés) íntimo, amistoso y miserable, a ese Brunete profundo y atávico calcinado por el sol, a ese Marruecos de muerte y tragedia, soldados piojosos, revueltas cabileñas y militares corruptos, a ese Madrid heroico machacado por las bombas y los "paseos"... confieren a la novela una fuerza y una autenticidad que la hacen extraordinaria. Y para quienes conozcan en la actualidad alguno de esos escenarios y su vida de hoy en día, el compararlos con la imagen que de ellos nos deja Barea aporta no solo una visión histórica, sino un indefinible sentimiento de nostalgia (os juro que no voy a sobrepasar este límite de cursilería).
Bien, a leer La forja de un rebelde se ha dicho, basta ya de retórica. Sí, ya sé que es más bien larguito, pero el verano también lo es, y no todo va a ser playa y verbena, vamos, digo yo. Una cosa más: en los manuales de literatura, este libro ha ocupado siempre un lugar marginal (y a veces, ni eso); esto puede obedecer y obedece de hecho a motivos diversos, pero algo me hace sospechar que uno de ellos es que Barea es un autor incómodo, alguien a quien no le importa hablar tanto de los atroces bombardeos nacionalistas como de los inicuos "paseos" dados por republicanos, o bien dispuesto a criticar ferozmente a los curas y a la iglesia y al mismo tiempo sacar a dos sacerdotes como algunos de los personajes más dignos de su relato. Eso le pone al margen de las ortodoxias y de la corrección política y ya se sabe que los heterodoxos y los incorrectos tienen una pertinaz tendencia a no salir en la foto.