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sábado, 7 de abril de 2018

Champán separatista

Resultado de imagen de euforia en el independentismo

   La decisión del tribunal alemán de Schleswig-Holstein de considerar que a Puigdemont no puede imputársele el delito de rebelión ha desatado entre los separatistas catalanes y sus amiguetes más o menos encubiertos una euforia que hace pensar que imaginan que pasado mañana se va a proclamar la independencia de Cataluña. Supongo que  esto tendrá que ver con la táctica que tan a menudo usan de magnificar todo lo suyo, cosa que se confirmaría con las palabras que ha pronunciado el (ejem) Honorable Puigdemont nada más salir del talego: "Es una vergüenza para Europa tener presos políticos", perogrullada equivalente a algo así como decir: "Cuando llueve, cae para abajo", pero que lleva implícita la enésima tergiversación de este señor (que se autoproclama preso político, exiliado, perseguido y no sé cuántas cosas más), pues no solo es de dominio público que él no es un preso político, sino que además el propio tribunal que le ha soltado dice explícitamente que no lo es.
   Esta es la primera mala noticia para los independentistas que va incluida en el paquete de la liberación de Puigdemont, y va a estar ahí por mucho que ellos quieran taparla con la habitual procesión para arropar al santo y el consabido cacareo de si diálogo, si represión y tal y cual, secundados de nuevo por algún compañero de viaje obtuso, inicuo o las dos cosas. La segunda mala noticia es que el (ejem) Honorable no sale limpio de polvo y paja, sino que lo hace bajo fianza y se le reconoce un cargo por malversación que podría llevarlo a la cárcel por el nada despreciable periodo de diez años. 
   Y todo esto, solo sin salir de esa decisión del tribunal alemán, pero todavía hay más, mucho más. En primer lugar, aunque el separatismo empeñado en su demencial y dañina huida hacia adelante no lo quiera reconocer, Puigdemont es un cadáver político que apesta cada vez más, como evidencia el simple hecho de que, a pesar de su celebrada libertad, él mismo haya decidido señalar a Jordi Sánchez como próximo candidato a la presidencia de la Generalidad, o sea, es un cadáver político del que nadie, ni siquiera él mismo, quiere saber nada, nadie si exceptuamos a la CUP, lo cual tiene una lectura que va más allá del simple bloqueo que esta formación va a imponer sobre la candidatura de Sánchez, esta: por si no lo hubiese demostrado ya de sobra con sus actos, Puigdemont representa el caos, porque en la política catalana los únicos que hoy lo reclaman en voz alta son los de la CUP, es decir, los partidarios del caos. En suma: a guantazos entre sí mismos y con el caos como propuesta, este es el endemoniado laberinto en que hoy está metido el independentismo, como se ve, como para celebrarlo con champán, yo creo que ni ellos mismos desean que sus sueños se cumplan. 
   En segundo lugar, ¿qué pasaría si al final sí se pudiera juzgar a Puigdemont por rebelión? A pesar de sus probadas malas intenciones (siempre he dicho, y cada vez estoy más convencido de ello, que lo que en realidad busca el independentismo es una guerra civil), los separatistas han dado sobradas muestras de infantilismo. Lo que han pretendido llevar a cabo es un golpe de Estado, como demuestran las ya abrumadoras pruebas que se van acumulando día tras día, algo de una tremenda gravedad: ¿acaso imaginan que lo que diga un juez de Alemania puede dar luz verde a un golpe de Estado en España? El disparatado plan del independentismo es inviable e inadmisible, consiste simplemente en una magna y muy deliberada conspiración para romper un país y adueñarse de una de sus partes, pisoteando leyes y legitimidades y sometiendo a los disconformes: ¿acaso creen de verdad que  España y Europa les van a permitir una cosa así? Por supuesto que eso no va a suceder, hay cosas muy importantes en juego, empezando por la credibilidad del sistema democrático, que no es, ni mucho menos, la más grave. Deberíamos todos pararnos a pensar una cosa: por muy alemanes y listos que sean esos jueces de Schleswig-Holstein, a lo mejor son ellos los que se han equivocado, a lo mejor han juzgado sin tener ni idea de lo que juzgaban y a lo mejor resulta que hay procedimientos para evitar que su equivocación nos acarree a millones de ciudadanos europeos unas consecuencias tremendas, muy por encima de lo que ellos pueden o no decidir. Si alguien piensa que aquí la última palabra va a ser que Puigdemont y los suyos nos van a poner la bota en el cuello a todos los españoles, se equivoca. Para empezar, una de las cosas contrarias a sus intereses que ha producido el prusés es el aumento de los partidarios de la recentralización, que ya estamos en el 36%, lo que va a hacer muy impopulares esas beatíficas propuestas que andan en la cabeza de algunos de reformar la Constitución para dar más competencias a quienes ya las tienen excesivas. 
   Eso de vender la piel del oso antes de cazarlo es un gran error; el champán hay que dejarlo para el final, porque hasta el final nadie es dichoso ni desgraciado. El sábado 25 de junio de 1977, el Atlético de Bilbao y el Betis disputaron la final de la copa del Rey en el Vicente Calderón. El Betis había tenido una temporada tan desastrosa que los hinchas del Bilbao estaban convencidos de que su equipo iba a ganar el partido, tan convencidos que hasta se trajeron de casa el champán para celebrarlo. Pero resultó que perdieron, así que, en la soleada mañana del domingo 26, andaban por el césped del Retiro tumbados o recostados sobre las cajas de botellas sin abrir, era patético verlos. Supongo que debieron de beberse alguna que otra botella, que les sabría a amarga decepción. El champán sacado antes de tiempo puede acabar indigestándose.   

  P. S.: Unas horas después de escribir este artículo, leo en "El Mundo" este otro de Francisco Sosa Wagner, absolutamente esclarecedor:
   Siempre agrada que las ideas propias se vean respaldadas por lo que dicen las firmas de gran talla. 
    

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