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domingo, 24 de mayo de 2015

Otro trágico asunto de acoso escolar

   Ayer sábado aparecía en la prensa la noticia de que una alumna de un centro de secundaria de Madrid se había suicidado tras sufrir una situación de acoso en su centro escolar, procedente de un compañero que le exigía dinero y le mandaba constantes mensajes amenazadores. A pesar de que estos hechos estaban ya desde hace bastante en conocimiento de la policía, los responsables del instituto y las familias tanto de la víctima como del sujeto que la acosaba, la chica decidió el pasado viernes quitarse la vida. Este suceso terrible y doloroso, dadas las circunstancias, ha quedado abierto a una investigación. Hoy aparece en la prensa una nueva noticia sobre él, en la cual se recalca lo ya dicho de que el instituto en que estudiaban la joven que se ha suicidado y el infame que la acosaba avisó de la situación no solo a la familia de la víctima, sino también a la del acosador. Produce perplejidad, consternación y un cierto ingrediente de rabia que, sabiéndose como parece ser que se sabía ya desde hacía al menos un mes lo que estaba ocurriendo, esa chica haya llegado al extremo de no encontrar otra salida que suicidarse. Diré aquí que el asunto de los suicidios es muy delicado, un universo nebuloso y complejo en el que es muy difícil determinar cuál era el estado de ánimo de la persona que optó por tan terrible decisión y cuáles fueron las causas que realmente la empujaron, por lo que, aunque parezca lógico sospechar que el acoso que sufría esta chica tuvo un peso grande o exclusivo en lo que hizo, pronunciarse de manera categórica es algo que deberá quedar bajo la grave responsabilidad de quienes indaguen los hechos con profundidad.
   Pero lo que acabo de decir no exculpa al acosador. Para mí, es un personaje repugnante, como todos los de su especie, ya pertenezca al grupo de los acosadores retorcidos que actúan con absoluto conocimiento del daño que hacen y hasta disfrutando de ello o al de los descerebrados que ejercen tan abominable arte solo por diversión o por sacarse una mísera ganancia (¡50 asquerosos euros, leed los enlaces!), pero sin reparar en la angustia que causan: son todos sin excepción unos miserables, aunque reconozco que hay grados de vileza y recuperabilidad. El tiempo y las investigaciones establecerán lo que corresponda en este caso, aunque me desagrada comprobar que ya se ha disparado una lamentable controversia relativa a si se avisó o no se avisó, a si las autoridades educativas sabían o no sabían, a si los protocolos se activaron o no.
   ¿Protocolos? ¿Qué protocolos? Imagínese usted que va paseando junto a un río y ve a uno que se está ahogando y pidiendo auxilio. ¿Qué haría usted? ¿Se tiraría a salvarlo o se iría a la delegación oficial más próxima a buscar los formularios y protocolos apropiados para el caso? O si viera a un perro mordiendo a un niño. O un coche que se acaba de salir de la carretera por delante de usted. U oyera los gritos de una mujer que está siendo maltratada o violada. O presenciara cómo le arrebatan a puñetazos el bolso a una anciana, o la paga a un jubilado. ¿Pensaría que para actuar necesita antes unos protocolos? De su ética y su valentía personal, de su valoración de la peligrosidad de la situación y de sus posibilidades de éxito dependería sin duda que actuara o no, que hiciera esto o aquello, pero jamás se le ocurriría la gilipollez (perdón por la grosería del término, pero quienes me conocéis ya sabéis que cuando me indigno digo palabrotas) esa de los protocolos. Pero miren, parece ser que, en el actual ámbito educativo, sí es crucial eso de los protocolos. Alucino en colores: ¿habrá mejor protocolo que la actuación inmediata y fulminante? Queridos amigos, voy a contaros algo que suelo contar con orgullo. Fue en el año 1991 y ocurrió en un centro de EGB en el que yo era jefe de estudios. A dirección llegaron un día unos padres contándonos que, durante un mes o mes y medio, a su hijo de doce años, un "compañero" de otro grupo que tenía trece o quizás ya catorce (yo le daba clase, ¡menudo pájaro!), le había estado extorsionando y, bajo la amenaza de matar a sus padres y a su hermana, obligándole a darle dinero y objetos tales como una bicicleta o un radio-cassette. Nos pusimos en el acto en contacto con la familia del acosador, al que, de inmediato, expulsamos durante quince días lectivos, es decir, tres semanas, es decir, el mayor castigo permitido entonces por debajo de la prácticamente inviable expulsión del centro. Su familia, muy contrariada, devolvió lo que pudo, que era poco, y una vez hecho esto, les dijimos a los padres de la víctima que, honestamente, no podíamos hacer más y que, si querían recuperar lo mucho que faltaba, quizás deberían ponerse en contacto con la policía o con un juzgado.
   No lo hicieron, pero, a partir de entonces, su hijo pudo andar tranquilo por el barrio y por el colegio y -ni que decir tiene- no tuvo que lamentar el paso a mejor vida ni de sus padres ni de su hermanita. En cuanto al proceloso acosador, ya se libró muy mucho en adelante de molestar a nadie en el colegio, y eso que iba de supermatón por la vida. Este fue nuestro protocolo: actuación inmediata, y yo creo que a la inspección ni se lo comunicamos, ni a Protección Civil, ni a la OTAN, ni nada de eso, empezaré por decir que ni existían los formularios adecuados. Ni, por supuesto, había orientadores en aquel centro, luego entenderéis por qué digo esto. ¡Ah!, un último detalle: ¿sabéis por qué se destapó este caso? Porque, después de semanas de vivir aterrorizada, la víctima se decidió a contarles lo que ocurría a sus padres y lo hizo porque un compañero (que era también de 7º de EGB y al que, por cierto, de ningún modo debemos llamar chivato) al que se lo había confiado previamente le aconsejó que nos lo contara a nosotros, que se lo resolveríamos. Es lo que yo les digo SIEMPRE a mis alumnos: los casos de acoso se resuelven contando lo que pasa.
   Ante los males graves, lo primero que hay que hacer es cortarlos con contundencia, los papeles vendrán después, lo digo porque esto de los protocolos entorpecedores o usados como pretexto ya no es la primera vez que pasa en el ámbito educativo, lo que quizás sea un síntoma de que la burocratización que sufre hoy la enseñanza ya ha alcanzado los kafkianos niveles de factor paralizador del puro sentido común, mal asunto. Otro elemento que me llama negativamente la atención de la segunda de las noticias enlazadas es la insistencia en la escasez de orientadores, elemento que considero indignante e inicuo, por las razones que paso a explicaros.
   Tiene que ver con la aparición en la noticia de una organización llamada COPOE, asociación de psicopedagogos y orientadores a la que en poco tiempo hemos visto dos veces tener la desafortunada osadía de relacionar un hecho luctuoso con la supuesta escasez de orientadores. Este oportunismo tan torpe y despiadado dice muy poco en favor de COPOE. Que esta organización aparezca en la noticia señalando que en el centro había un orientador cuando debería haber habido cinco es una penosa falta de ética: ¿debemos suponer que la presencia de más orientadores habría evitado la tragedia? ¿Debemos suponer que hubiera sucedido lo mismo en el caso del asesinato de Abel Martínez Oliva, como pareció también querer insinuar COPOE? Me temo que la respuesta es la misma en ambos casos: que no podría afirmarse ni negarse, de manera que inducir a pensar que hubiera sido la solución es una indecorosa muestra de oportunismo y de falta de escrúpulos. Diré más aún: como he pretendido demostrar al contar el caso en que me vi envuelto en 1991 y como he tenido oportunidad de comprobar en otras ocasiones, el antídoto contra el acoso son armas como la información, la confianza en compañeros, padres y profesores, el romper el cerco del miedo, la actuación firme contra los acosadores... En esta cartilla poco importa quiénes sean los referentes (padres, profesores, orientadores, inspectores o compañeros) que le sirvan de asidero a la víctima: podrá ser cualquiera, lo importante es que le sean útiles, así que arrogarse la vítola de actor capital me parece repugnante, más aún, en las actuales circunstancias. Otro de los puntos que desapruebo del comuncado de COPOE es su terminología. En la noticia de "El País" podemos leer estas palabras: 
     “En el acoso, y por eso es tan peligroso, hay uno o dos alumnos que actúan pero alrededor están los espectadores. Son los que conocen lo que ocurre y no hacen nada por cambiar la situación. Debemos esforzarnos por proteger al que avisa, al chivato, que no está bien visto en nuestra sociedad”.
   Estoy de acuerdo con todo salvo con una cosa: el uso del término "chivato". Ni siquiera debería haber aparecido en su comunicado, porque es una concesión al lenguaje de los infractores y de todos es sabido que quien marca el lenguaje está de algún modo condicionando las reglas del juego, pero, ya que usaban la palabra, podrían haber tenido al menos la precaución de matizarla o de ponerla entre comillas. Ya es la segunda vez en poco tiempo, repito, que COPOE se significa desafortunadamente en un hecho trágico relacionado con el mundo educativo, espero que esta organización decida en algún momento ser más reflexiva y respetuosa.
   Para concluir, quiero volver a lo que importa: la pérdida de una vida humana, la de una niña de 16 años de la que, en el momento de escribir este artículo, ni siquiera conozco el nombre. Este hecho irremediable deja en segundo plano todo lo demás. Ojalá llegue un día en que ningún alumno de ningún centro escolar se vea sometido a una situación tan odiosa como el acoso, pero, hasta que ese día llegue, es esencial que en cada caso que se detecte los mecanismos para cortarlo se pongan en marcha de forma instantánea.

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