A mis amigos del PSOE (que
son muchos y buenos), a menudo les digo que su partido debió empezar el 21 de
noviembre de 2011 un proceso renovador sin concesiones a la autocompasión. Una
refundación en toda regla, con los congresos (re)constituyentes que hubieran
hecho falta, la ineludible autocrítica, el profundo e imprescindible
replanteamiento de propuestas, proyecto y políticas y una renovación a fondo de
estatutos, caras y cargos. Tampoco hubiera estado mal un público reconocimiento
de los graves errores cometidos y una promesa creíble de retomar las políticas
socialdemócratas que nunca debió abandonar. A algunos que durante muchos años le
votamos, también nos hubiera gustado ver una clarificación en una cosa: la idea
territorial, en el sentido de que el PSOE no tenía dudas acerca de la unidad de
España. Sinceramente, pienso que todos los que creíamos y creemos que el PSOE
es un partido indispensable para nuestra democracia hubiéramos visto con muy
buenos ojos algo así. Dadas las cosas ocurridas en la era del ladrillazo y los
resultados de 2011, haber hecho esto hubiera sido lo más prudente para el PSOE,
porque este partido estaba obligado a recuperar una credibilidad que andaba por
los suelos. Por muy duro que hubiese resultado ese proceso, hubiera sido mucho
mejor que lo que ahora estamos viendo en Madrid: después de más de tres años
perdidos, un harakiri chapucero y apresurado, consistente en expulsar a un líder
que ni siquiera está imputado y a las puertas de unas elecciones.
Parece ser que
Pedro Sánchez y la Ejecutiva Federal del PSOE, con este paso, han querido dar
muestras de fortaleza, pero me temo que las han dado de todo lo contrario, por
múltiples razones: la manera fulminante de despacharse a un líder que, a fin de
cuentas, estaba ahí tras ganar unas primarias, el ir a sustituirlo por alguien
puesto desde arriba, el no haber respetado algo que se llama presunción de
inocencia, el salir después diciendo que no se le destituía por lo del tranvía
de Parla, sino por las malas perspectivas electorales que arrojaba… De ser
cierto esto último, todavía es mucho peor, porque señalaría que el PSOE respeta
muy poco las decisiones de su militancia y que Pedro Sánchez es capaz de usar
el sistema de la defenestración a poco que se ponga nervioso. Con todo esto,
cabe hacerse una pregunta: ¿alguien cree que las perspectivas electorales del
PSOE en Madrid son ahora mejores? Me temo que la destitución de Tomás Gómez, a
pesar de que no es santo de mi devoción, ha sido un disparate político que
Pedro Sánchez va a pagar muy caro. O el PSOE se toma en serio su renovación o
se enfrenta a un auténtico riesgo de hundimiento.
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